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Sobrevivió para convertirse en campeón de campeones

Cristian sobrevivió a un accidente que por poco le cobra la vida, pero en el suceso perdería una pierna. Su tragedia, sin embargo, le abriría el camino hacia el éxito como atleta paralímpico. Esta es la historia de un campeón que superó por lo alto su tragedia.





Cuando abrió los ojos, Cristian se encontró envuelto en la blancura inmutable de la habitación donde había permanecido en coma desde el accidente. Aturdido, escrutó su memoria para recordar la última vez que estuvo consciente, pero ningún recuerdo le sugería pistas sobre lo que había ocurrido. Lo aquejaban un fuerte dolor de cabeza y otros tantos en lugares inciertos. Entonces, haciendo un esfuerzo gigantesco para elevar su macizo y entumecido cuerpo, Cristian se incorporó en la cama, estiró su pierna derecha y apoyó el pie descalzo en la fría baldosa blanquecina, pero en el instante en que repetía la acción con su otra pierna sintió un jalón que lo hizo caer al suelo.


Doce días atrás, Cristian estaba siendo ingresado a la unidad de cuidados intensivos del hospital en un estado crítico. Llegó con una severa contusión cerebral y un par de costillas rotas, pero lo más impactante a la vista era la lámina de acero oxidado que se había incrustado en su pierna, que estaba apenas unida al cuerpo por un colgajo de carne y piel. Cuando el camión de basura lo embistió, su vehículo cayó por un desfiladero que se usaba como depósito de chatarra y que, tan solo ese año, ya había cobrado la vida de cuatro personas. Por eso, para los rescatistas fue una sorpresa encontrarlo inconsciente donde otros habían perdido la vida. Durante el tiempo que Cristian estuvo sumido en un profundo sueño, hasta el día presente, en el que despierta envuelto en una blancura inmutable, el equipo médico del hospital le salvaría de una hemorragia interna. Salvar su pierna, no obstante, era otro asunto; llegó en una condición tan deplorable que, reunido en una conferencia a puerta cerrada, el comité médico del hospital tomó la decisión unánime de acabar limpiamente el trabajo que la lámina de acero había empezado.


 

“Comprendí que no importaba cuánto

me quejara, nada de eso me iba a devolver

la pierna. Sé que todo en la vida pasa por

una razón y me convencí de que Dios tenía

un plan diferente para mí”.

 

Los primeros días de consciencia fueron los más dolorosos. Cristian, cuyo carácter afable y optimista lo impulsaba a plantar buena cara ante las adversidades de la vida, sucumbió, sin embargo, a la realidad que se presentaba ante sus ojos: jamás jugaría fútbol de nuevo, el sueño por el que había luchado desde que era un pequeño había muerto sin llegar a cumplirse. Los largos días que vendrían después, tumbado en una cama de la unidad de cuidados intensivos, le servirían para llorar, patalear y maldecir su suerte, y más tarde, también para pensar y aceptar su destino como había llegado. “Al principio fue muy duro verme así, pero después comprendí que no importaba cuánto me quejara, nada de eso me iba a devolver la pierna. Sé que todo en la vida pasa por una razón y me convencí de que Dios tenía un plan diferente para mí”, me contó. ¡Qué actitud positiva tiene este hombre!


Miriam, su madre, no lo tomó tan bien como él. Cuando la llamaron a anunciarle que su hijo se había salvado por los pelos de una muerte segura, sus ojos se humedecieron, cuando le informaron que estaba en coma, una lágrima se deslizó por una de sus mejillas, y cuando supo que le habían amputado una pierna, sintió que algo en su alma se había quebrado. Fue por aquella época que ambos empezaron a mentirse. Los días que su familia lo visitaba en el hospital, Cristian se mostraba alegre y sereno, como si su accidente no hubiera cambiado nada en su vida, pero en la soledad se dejaba envolver en la desdicha de su desgracia. Miriam hacía igual, se mantuvo callada en cada visita, ocupada en el esfuerzo sobrehumano que significaba para ella mantener el dominio sobre sus emociones, pero se escabullía hasta el baño cuando nadie le veía para llorar desconsoladamente y rogarle al Señor por un deseo imposible.

Cristian regresó a su casa y, con el tiempo, la reflexión y la terapia, llegaría finalmente a la conclusión que en sus propias palabras ya he mencionado. Si bien era cierto que repasaba con nostalgia cada recuerdo que tenía detrás de un balón de fútbol, poco a poco el sentimiento se fue asentando en su mente hasta formar una capa delgada que no lo abandonará nunca, pero que ya no le duele. Se recuperó y dejó de fingir optimismo, se dijo a sí mismo que saldría adelante a pesar de todo y aquella actitud se instaló definitivamente en su alma cuando obtuvo su primera prótesis por medio de su EPS (Entidad Promotora de Salud).

“Cristian es un guerrero, siempre ha encontrado la forma de salir adelante sin importar qué tan dura sea la adversidad que se le ha presentado”, me contó Miriam con una convicción absoluta. No se equivocaba. En cuanto aprendió a caminar, Cristian obtuvo un trabajo como mecánico automotriz y, muy pronto, causó estupor entre sus compañeros cuando su rendimiento, a pesar de la prótesis y contra todo pronóstico, le apartó un lugar entre los mejores del taller. Pero su trabajo allí no duraría mucho, la suerte ya estaba echada y el mismo destino que le había arrebatado su pierna le depararía un futuro mucho más brillante.


Una mañana, nuestro joven mecánico se despertaría sin saber que la suerte le estaba sonriendo. Aunque tenía una discapacidad permanente que se interponía entre él y sus sueños, aquella no afectó de forma alguna la naturaleza enérgica de Cristian; y así, en el tiempo libre que le dejaba su trabajo en el taller, decidió retomar el deporte. Se ejercitaba en el gimnasio levantando pesas y así descubrió que contaba con una fuerza descomunal, “hago sentadillas con la prótesis levantando peso, mi record actual es de 250 kilogramos”, me cuenta con la franqueza de su humilde personalidad. Aquella mañana de suerte, un hombre observaba a Cristian y, sorprendido por la destreza salvaje de nuestro joven, se acercó hasta él para hacerle una propuesta que cambiaría su vida para siempre. El hombre resultó ser nada más y nada menos que el entrenador de la Liga de Atletismo de la seccional del Valle del Cauca del Instituto del Deporte, la Educación Física y la Recreación (Indervalle). Durante años, sus ojos de halcón peregrino le habían hecho responsable del descubrimiento de varios talentos que luego moldeaba hasta convertirlos en verdaderos campeones. Esa mañana, sin lograr salir del todo del sopor que lo invadía, se acercó a Cristian, en quien vislumbraba el nuevo gran éxito de su esplendorosa carrera.


Aquella misma mañana, Cristian haría su primer lanzamiento de jabalina. Aquella misma mañana, Cristian descubriría que su fuerza descomunal y su optimismo inquebrantable serían la fórmula que lo impulsaría hasta la cima del mundo. Sin entrenamiento ni experiencia, y usando una prótesis, nuestro joven mecánico haría el mejor lanzamiento de esa jornada, superando incluso a los más diestros de la Liga. Así fue como aquel hombre que se salvó por poco de la muerte encontraría un nuevo sueño que perseguir: se convertiría en un atleta profesional.


Cristian empezó a asistir a los entrenamientos de atletismo en las tres categorías en las que su talento innato lo harían brillar: lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco y lanzamiento de bala. A la par continuaba ejercitándose y trabajando en el taller, por lo que su vida se convirtió en un trajín constante que su prótesis no pudo resistir. Un día cualquiera, el aparato ortopédico que reemplazaba la pierna perdida se despedazó por tanto esfuerzo y las aspiraciones de Cristian se encontraron forzosamente congeladas. Poco después, nuestro aspirante a atleta asistía a su EPS para solicitar una nueva prótesis que nunca recibió. “Me pusieron a esperar, a esperar y a esperar, no me daban respuesta de nada, tuve que ponerles tutela y ni siquiera así cumplieron a tiempo, yo me estaba preparando para competir, pero sin la prótesis no podía hacer nada”, me explicó. Meses de espera agotaron su paciencia y, finalmente, Cristian renunció a la batalla.


Entonces Cristian volvió a mentir. En su casa se le veía bien, porque daba muestras inequívocas de su optimismo habitual, pero Miriam, dotada de aquella perspicacia que solo tienen las madres, podía notar la atmósfera de depresión que rodeaba el alma de su hijo. Por eso, cuando el muchacho estaba en casa, ella lo atosigaba de mimos y atenciones, y cuando se marchaba en un par de muletas, segura de que nadie la veía, se encerraba en su cuarto, le prendía un velón a la Santísima Virgen y se tiraba en la cama a llorar y a orar y llorar más y orar más y a seguir llorando por la desgracia del niño que había traído al mundo.


Así fue hasta un día en el que ocurrió otra de esas casualidades que le dan un giro inesperado a la vida. Cristian seguía trabajando en el taller, resignado a enterrar otro sueño, cuando un hombre que pasaba por allí lo vio y sin titubear se acercó a él. El desconocido traía buenas noticias. “¿Por qué no tiene prótesis?”, le preguntó, y aquel le contó lo que le había ocurrido. “Tengo un amigo que tiene una prótesis de Mahavir Kmina”, dijo, “es una corporación que da las prótesis gratuitamente a quienes las necesitan”. Meses después, Cristian viajaría a Medellín para obtener su nueva prótesis. Desde entonces la Corporación le provee sin costo alguno las prótesis que necesita. De hecho, Cristian prefirió las que otorga la institución, construidas con un método que nació en la India y que en nada se parecen a las más convencionales, que aquella que obtuvo por la EPS. “Yo llevaba usando la prótesis que me dio Mahavir Kmina desde hacía meses cuando la EPS me dijo que me habían aprobado otra prótesis. Era una prótesis de última tecnología, la usé un tiempo, pero luego la abandoné, me sentía mejor con la que me dieron en la Corporación”, me contó.



Y así, el nuevo sueño de Cristian revivió con más esperanza. Entrenaba todos los días con más ahínco que antes y se veía una auténtica felicidad en su rostro. Cuando comenzó a acumular medallas en su cuello concluyó que, de alguna misteriosa manera, la tragedia que había sufrido le había revelado el camino correcto. En 2016, renunció a su trabajo y, desde entonces, se esfuerza para convertirse en campeón de campeones: obtuvo el oro en lanzamiento de bala y disco en el Primer Open Nacional de Para-Atletismo y fue nuevamente campeón de bala en el Segundo, ambos celebrados ese mismo año. Un año después, se convertiría en campeón de las tres categorías en el XI Abierto Nacional de Para-Atletismo, y en la siguiente versión del mismo campeonato, volvería a obtener los tres oros. Más tarde, en los Abiertos Nacionales Barranquilla – Cali 2018, no solo obtendría el primer lugar en las tres modalidades, también rompería el record nacional en cada una de ellas.


 

“Tengo una meta clara y voy a luchar

por ella, ya me verán compitiendo en los Paralímpicos de Tokyo 2020".

 

Démosle una ovación a este guerrero, superó su tragedia por lo alto y ahora está rozando la cima del éxito. Se convirtió en el mejor de los mejores y ahora persigue un sueño más grande: “tengo una meta clara y voy a luchar por ella, ya me verán compitiendo en los Paralímpicos de Tokyo 2020”, dice con una amplia sonrisa en el rostro.


Esta es una de las muchas historias que he tenido el placer de encontrar en los años que llevo trabajando en Mahavir Kmina. La comparto contigo ahora para que comprendas el impacto que esta institución crea en el mundo. Por la felicidad de Evony y de muchos otros niños que necesitan una prótesis para volver a caminar, para jugar al fútbol… para ser felices.


Si esta historia ha despertado algo en tu corazón, considera apoyar a Mahavir Kmina. Una donación no te hará una persona pobre, pero para alguien que sueña con volver a caminar puede significar la transformación total de su vida.


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